Están muy de moda los zombis. Un zombi es una persona que por cualquier causa debería estar muerta pero inexplicablemente sigue viva y de alguna manera extiende la peste que la hace estar en ese estado de “no muerto”.
Los zombis, están más de moda que nunca en la política. Un político zombi, es aquel que debería de estar ya en su casa por una u otra razón, pero que misteriosamente resucita para seguir zumbando por los andamios del pesebre político.
En la cultura vudú, un poco más alejada de la literatura y cercana al pensamiento mágico, un zombi es un muerto resucitado por la magia de un hechicero para convertirlo en su esclavo, quedando este sometido a la voluntad de la persona que le ha devuelto a la vida.
Nuestra realidad política está llena de políticos zombis: son personas que fracasan en el trabajo que les encomienda la ciudadanía con su voto, que no asumen responsabilidades políticas cuando tienen que asumirlas, son personas que para las bases y los ciudadanos deberían de estar muertas políticamente pues queda rematadamente claro que sirven a cualquier interés menos al común, pero que misteriosamente resucitan y siguen llevando su peste por los escaños, por ministerios, concejalías y asesorías al servicio del “bokor” o hechicero que les resucita en las listas y los organigramas.
Llegan las elecciones y las listas se llenan de resucitados; en las agrupaciones se hacen asambleas intentando vestir el proceso de la resurrección de transparencia y democracia, mientras el sistema se sigue alimentando de nuestros derechos y las conquistas sociales de nuestros padres y abuelos y la militancia ladra con ira en la distancia, como un lobo salvaje al que han amansado a palos.